Agosto 2019, Sallent de Gállego
Cogemos el coche y, detrás de la curva que baja de Formigal, la vemos: la cabañita, encabezada por un cartel de madera escrito a mano, que pregona "Fromage".
Gracias al dominio del francés de mi tía Maria Luisa -marca inconfundible de los escolarizados en la posguerra-, charlamos un rato con Jean-Jacques y Joëlle, mientras envuelven el pedazo de queso.
En la mitad de la conversación, Maria Luisa me coge de la espalda y me pone delante de ellos, como quien presenta una sobrina tímida a un buen pretendiente. Les dice que me interesa la quesería y que me gustaría venir a hacer queso con ellos.

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